viernes, 29 de enero de 2010

Al otro lado del río



Letra y música: Jorge Drexler.


Clavo mi remo en el agua
Llevo tu remo en el mío
Creo que he visto una luz al otro lado del río

El día le irá pudiendo poco a poco al frío
Creo que he visto una luz al otro lado del río

Sobre todo creo que no todo está perdido
Tanta lágrima, tanta lágrima y yo, soy un vaso vacío

Oigo una voz que me llama casi un suspiro
Rema, rema, rema-a Rema, rema, rema.

En esta orilla del mundo lo que no es presa es baldío
Creo que he visto una luz al otro lado del río

Yo muy serio voy remando muy adentro sonrío
Creo que he visto una luz al otro lado del río.

Sobre todo creo que no todo está perdido
Tanta lágrima, tanta lágrima y yo, soy un vaso vacío.

Oigo una voz que me llama casi un suspiro
Rema, rema, rema. Rema, rema, rema.

Clavo mi remo en el agua
Llevo tu remo en el mío
Creo que he visto una luz al otro lado del río.

jueves, 28 de enero de 2010

Perderse adentro



Por Facundo Ponce de León*


Viajar es, ante todo, aprender que perderse es encontrarse. Es un movimiento anclado en la paradoja y que se repite a lo largo de la vida. Salimos del hogar hacia la casa de los vecinos, nos perdemos al traspasar la manzana del barrio. Todo parece infinitamente lejos pero estamos a apenas cinco cuadras. Luego la escuela, el colegio, el liceo. Nos perdemos en el corredor, no sabemos para dónde queda el baño ni quién es el compañero de banco. A la semana ya sabemos un poco más. Todavía recuerdo cuando mis hermanas me enseñaron a volver en ómnibus y el día que olvidé chistar y me pasé una parada. Sólo me había alejado dos cuadras, pero temblaban las piernas cuando el 192 siguió su curso.

La amistad es abrir el círculo, salir de los lazos familiares propios y perderse en la vida de otras familias que empezamos a conocer. Y todos nuestros amigos fueron, al principio, extraños para nosotros. Tuvimos que viajar hacia ellos.

Volvemos a perdernos en la Universidad, se agranda nuestro círculo de movimientos por la ciudad, algunos llegan a la capital y se pierden al salir de Tres Cruces. Otros temen no volver a ver a sus amigos del liceo y se sorprenden por la variedad de edades que hay en un salón de Facultad. Nos perdemos, le erramos al salón y llegamos tarde a clase.

Algunos nos vamos del país y nos volvemos a perder: en el aeropuerto, en el metro, en la estación de tren, en calles repletas de seres anónimos que caminan para todos lados, muchos, tan perdidos como nosotros. Abrimos el mapa al revés y vamos en dirección Sur creyendo que es el Norte. Y siempre, como cuando salimos de la casa por primera vez, nos encontramos con uno mismo cada vez que nos perdemos.

Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) fue uno de los creadores de la llamada Teoría de la Bildung. Bildung quiere decir formación. Goethe junto a otros pensadores alemanes e ingleses crearon una teoría pedagógica que quería escapar de las creencias tecnócratas del aprendizaje que florecían en esa época. Para los defensores de la Bildung, la formación no es aprender a diseñar, a programar, a construir, a litigar, a escribir o a calcular. No es la adquisición de un saber sino la incorporación de una actitud para con el mundo. Para lograr esta actitud de apertura hacia el mundo y sus misterios, aconsejaban viajar, perderse. Sabían que, a fin de cuentas, el que se pierde es el que se encuentra.

Un artista vive inmerso en este proceso. Crear es siempre reinventarse, extrañarse del mundo, perderse y encontrarse. Una y otra vez. Si alguien quiere definir la diferencia entre un artista genuino y uno que no lo es, verá que el primero siempre pone patas para arriba sus propias creaciones y tiene, inserta en la piel, la extrañeza. Para los políticos este proceso es más difícil porque lo de ellos no es tanto crear como gestionar. Sin embargo, quien se dedica a la política tiene la oportunidad única de estar en contacto constante con gente y realidades desconocidas.

Mientras el artista se retuerce en su soledad para culminar la obra, el político viaja hacia la localidad inundada, hacia el país que lo invitó a celebrar un aniversario, hacia el departamento donde deben captarse votos. Todos estos viajes del político, deberían enfocarlos desde la Bildung. Son viajes de formación, donde el político debe perderse en lo que no conoce para encontrarse en lo que podría hacer por los demás.

Escribo esto desde Europa. Viviendo un enero repleto de nieve. Recordando que fue durante el verano cuando me perdí las primeras veces.

El otro día agarré un puñado de nieve y se me congeló la mano; mientras la colocaba alrededor de una taza de té caliente para que volviera el calor, me acordé del frío que sentí en Playa Verde, durante un baño con tormenta en la playa de los Lamas. No tendría ni 10 años. El sol despareció y en pocos minutos el cielo estaba negro y soplaba el viento. Nos dieron permiso para un baño de mar con lluvia. Corrimos y nos zambullimos. Abrí los ojos bajo el agua y no se veía nada. Salí a la superficie y todos en la playa corrían hacia los techos, los autos y las casas. No entendía cómo en un día de verano podía llegar el invierno de visita. Salí del agua tiritando y riendo. Mis padres me esperaban con una toalla y anunciaban un vascolet caliente, donde seguramente puse las manos como lo hice con la taza de té. A fin de cuentas, el puñado de nieve me llevó de vuelta al verano.


*Extraído de Freeway.

miércoles, 27 de enero de 2010



Dios te hizo hombre para mí.
Te admiro desde lo más profundo
de mi subconsciente
con una admiración extraña y desbordada
que tiene un dobladillo de ternura.
Tus problemas, tus cosas
me intrigan, me interesan
y te observo
mientras discurres y discutes
hablando del mundo
y dándole geografía de palabras.
Mi mente esta covada para recibirte,
para pensar tus ideas
y darte a pensar las mías;
te siento, mi compañero, hermoso
juntos somos completos
y nos miramos con orgullo
conociendo nuestras diferencias
sabiéndonos mujer y hombre
y apreciando la disimilitud
de nuestros cuerpos.


Gioconda Belli

martes, 26 de enero de 2010

"Del exilio se vuelve cambiado, otra persona"



Mario Benedetti cuenta su vida, su exilio y su pasión por el fútbol

Por Juan Cruz*


Tuvo que huir de una dictadura que se ocupó de perseguirlo en Argentina y Perú. Pasó por México, por Cuba y por España. Esta semana cumplió 86 años con la tristeza íntima de la muerte de Luz, su mujer de toda la vida, y una sensación de soledad. Afincado firmemente en su Montevideo, la sonrisa le vuelve cuando habla de fútbol y de la política de hoy.

Mario Benedetti inventó la palabra desexilio cuando pudo volver a Uruguay, tras los años de plomo de la dictadura. Pero no hay una palabra que le quite la tristeza de verse solo después de sesenta años con Luz. Era su mujer y murió después de un grave y lento proceso de Alzheimer. Cuando nos sentamos con él, en su casa de Montevideo, se levantó de pronto, cruzó la sala donde recibe las visitas, fue hasta la estantería que hay junto a la computadora y vino con una fotografía que le acababa de traer su hermano Raúl. En la fotografía, los matrimonios de los dos hermanos. Luz murió y la esposa de Raúl está hospitalizada con la misma enfermedad (luego moriría). Cuando nos enseñó la fotografía, Mario comenzó a sollozar, así que cuando pudimos hablar de nuevo, sobre él pesaba la sombra de una tristeza a la que él ya no le ve final.

Acaba de cumplir 86 años. Una larga vida de poeta, novelista, articulista, activista político. La policía militar de su país lo persiguió por el mundo –Buenos Aires, Lima, La Habana– para que cumpliera la condena de muerte implícita que pesaba sobre él. España fue su penúltimo refugio. En Mallorca vivió años muy felices, lo dice él, y en Madrid se hizo con casa, amigos y esperanzas hasta que pudo volver. Fue entonces cuando inventó la palabra desexilio: acostumbrarse a vivir en el país que fue el suyo. En todas las partes sus recitales son como los de un músico de rock, en todas las ferias del libro le piden autógrafos como si fuera un actor de cine, y muchos músicos –Viglietti, Serrat, Tania Libertad– hicieron de sus poemas música de amor y de resistencia.

Muestra momentos de cierta felicidad, pero está herido. La muerte de Luz fue un tremendo mazazo. Recordé a Benedetti en Madrid, un día después de una de las operaciones que lo tuvieron postrado hace años. Le llevábamos los diarios para que cumpliera uno de los ritos principales de sus mañanas. Uno de esos amaneceres lo vimos desmejorado, sin afeitar. "Tienes que afeitarte, Mario; así pareces más enfermo." Al día siguiente volvimos y preguntó como un adolescente "¿No decís nada? ¿No has visto que me he afeitado?" Esa combinación de tristeza e ironía, y de ingenuidad a veces rabiosa que hay en sus versos y en su vida, es la música que debe sonar de fondo cuando se lo oye hablar.

–¿Cómo eran sus padres?

–Había un gran desnivel cultural entre ellos... Mi padre era químico y enólogo, y mi madre casi no había acabado la primaria. Mi madre era bastante caprichosa, no se llevaron bien. Mi padre era un tipo muy inteligente, generoso, buena persona. Y como profesional era excelente.

–¿De dónde le venía esa relación con el vino?

–Era químico, farmacéutico; cuando acabó su carrera era soltero, y era complicado para él conseguir trabajo. Le dijeron que a lo mejor en el interior del país podía ingresar como químico en alguna farmacia. Y se fue a Paso de los Toros. Le dieron trabajo en una farmacia cuyo dueño llegó a apreciarlo mucho. Le decía: "Vamos a dar un paseo, y así yo me tomo un remedio". El remedio era caña, una bebida muy fuerte. Fue en Paso de los Toros donde mi padre conoció a mi madre. Y se casaron. Yo tengo el recuerdo de Paso de los Toros.

–Y se fueron de Paso de los Toros...

–Sí, a Tacuarembó. Ahí mi padre tenía un amigo farmacéutico, quería vender la farmacia. Y mi padre quería comprarla. Como eran tan amigos no exigió ni contrato ni inventario; cuando mi padre se quedó con la farmacia halló que estaban sólo los envases de los medicamentos; ¡todos los envases estaban vacíos! Aquel tipo lo engañó. Quisieron embargarle la farmacia a mi padre, y él creyó que la podía sacar adelante. No pudo. Ese embargo pesó mucho sobre él y terminamos yéndonos de Tacuarembó. Cuando yo tenía cuatro años nos vinimos a Montevideo.

–¿Y lo del vino?

–Lo del vino viene de mi abuelo. Mi abuelo tenía unos cinco títulos. Era un sabio. Se llamaba Breno Mario Edmundo Renato Nazareno Rafael Armando mi abuelo. El era enólogo. Piria, el creador de Piriápolis, que era un bandido, supo que mi abuelo sabía mucho de vinos, y lo llevó para que le armara la bodega y le hiciera los vinos. Pasaron los meses y no le pagaba nada, y mi abuelo quiso irse. Pero la única manera de irse era en los barcos de Piria, y éste se los negó.

–¿Y cómo se fue?

–¡Se vino a pie! Atravesando campos, desde Piriápolis a Montevideo. Caminando.

–Fantástico.

–Luego lo contrataron,alcanzó seguridad económica y se trajo a la novia. Que estaba en Italia. Mi abuela era sorda como una tapia, pero intuía, y si notaba que se estaba diciendo algo cómico, ella se reía como una loca. Cuando él percibió que mi padre estaba en mala situación, en Montevideo, le enseñó lo de los vinos. Y como mi padre era químico, asimiló muy bien esas cosas. Por eso fue enólogo.

–Esto del vino debe dar un carácter especial.

–Debe ser. En aquella época, como dice mi hermano Raúl, los vinos aquí eran horribles, malísimos. Donde mi padre y mi abuelo intervinieron, los vinos eran buenos. Mi abuelo también fue astrónomo; el Estado le encargó un observatorio, que tuvo en el jardín de su estancia. El anunciaba el tiempo, las tormentas, y mandaba los partes a Montevideo.

–¿Cómo se fue haciendo usted?

–Aprendí a leer solo. Me pusieron en el colegio alemán, y fui enseguida a segundo, porque yo ya había leído a Julio Verne y a Salgari. Allí, en el colegio alemán, nos enseñaban a golpes.

–¿Eso lo marcó?

–Me marcó en varios aspectos, y me hizo aprender un idioma, el alemán, que es hoy el idioma que manejo mejor...

–Incluso ha sido actor en alemán...

–El idioma que uno aprende en la infancia es el que uno aprende mejor. Nos separaban a los que hablábamos alemán o español con nuestras familias. Eso originó una guerra entre los que hablábamos español y los que hablaban alemán en casa, ¡se producían unas piñatas espantosas en los recreos! Ahí aprendí a jugar al rango. Nos hacían jugar juntos, a ver si mejorábamos la relación. El alemán que me tocaba a mí se agachó, yo iba a saltar, y de pronto el tipo se tira al suelo y yo salí volando, hasta que di con la boca en una vereda. Yo le hice luego lo mismo. La peor penitencia era que el director te llevaba al despacho, te daba una paliza.

–Qué disciplina. ¿Qué huella le dejó?

–Me hizo muy disciplinado, muy estricto, muy puntual. Ese rigor tenía su desventaja. Una vez nos daban una clase de carpintería y un hijo de alemanes tuvo una discusión conmigo; tenía un cuchillo, me lo tiró y me lo clavó en una pierna. No era fácil la vida en el colegio alemán.

–¿Y cómo se dio cuenta de por dónde iba la vida, de cómo era su país?

–Vas tomando conciencia de a poco... Y del país me di cuenta más tarde, cuando ya empiezo a comparar. A mí siempre me gustó Montevideo, porque aquí me pasaron cosas buenas y malas. Soy montevideano, desde los cuatro años vivo aquí.

–Y casi en todos sus libros está Montevideo...

–Y me atrae porque siempre ha tenido un buen nivel cultural; fue durante muchos años el país con mayor alfabetización de América latina. Cuando era un niño empecé a leer y leer. Los primeros versos de mi vida los escribí en alemán, ¡los profesores no se creían que fueran míos! Tuvo que ir mi padre para certificar que de veras los había escrito yo.

–Era un país feliz...

–Nos hizo mucho bien el fútbol. Fuimos campeones olímpicos de fútbol en los años veinte, en 1924 y en 1928, y en 1950 le ganamos a Brasil la final de la Copa del Mundo en el Maracaná. Gracias al fútbol nos conocieron en el mundo. ¡Cuando ganamos las Olimpíadas, en París, la gente no podía creer que un país tan chiquito, que casi no estaba en los mapas, saliera campeón! Cuando ganamos en 1924, me acuerdo que estábamos en Tacuarembó, y mi padre escuchaba una radio española con unos auriculares que no sé de dónde se sacó. En 1928, ya en Montevideo, seguíamos los resultados en la plaza Libertad, a través de unas pizarras. Uruguay jugaba la final, con Italia, y bajaban los cartelones: "Uruguay cede corner, Italia cobra off side". ¡Uruguay ganó 32!

–¡Sus dos países frente a frente!

–El fútbol hizo feliz a Uruguay, le dio importancia, personalidad. Que un país tan chico tuviera cuatro títulos mundiales era una cosa increíble. Y lo del Maracaná ya fue el colmo.

–Un orgullo.

–Además, todo eso coincidió con un buen momento económico; no veías mucha miseria, siempre había algunos suburbios de pobreza, pero la gente vivía bastante bien.

–Y, como diría respecto de Perú su tocayo Vargas Llosa, ¿en qué momento se jodió Uruguay?

–Yo creo que fue sobre todo la crisis económica la que lo precipitó todo. Antes se había acabado el buen fútbol, se fueron los buenos jugadores. Se acabó la guerra de Corea y le dejaron de comprar productos a Uruguay, como la carne y la lana. Los gobiernos de los que siguieron a Batlle no alcanzaron la altura de éste. ¡Durante 174 años ganaron gobiernos conservadores, hasta ahora mismo, que ganó el Frente Amplio!

–En 1973 surgió una dictadura brutal...

–Surgió la tortura, la corrupción, el soborno, y enfrente estaban los tupamaros. Los tupamaros creían que la revolución iba a ayudar a la redistribución de la poca riqueza que le quedaba al país. Y los ricos, los militares y los gobernantes aceleraron la represión y la tortura. Ahí empezó todo.

–Usted hizo política...

–Estuve en uno de los movimientos que se integraron en el Frente Amplio. Fue una experiencia dura, porque tienes que decir en la tribuna algo con lo que no siempre estás de acuerdo. Además, no improvisaba los discursos, los escribía, y eso para un político no es nada bueno. Un día me vinieron a avisar unos amigos: me iban a meter preso en menos de 48 horas.

–El exilio.

–Yo no me quería ir. "¡Te tienes que ir!", me decían, "¡te van a torturar!" Hicimos un acto por la libertad de Daniel Viglietti y después me marché a Buenos Aires. En Buenos Aires estuve poco; era la época de López Rega. Y López Rega sacó una lista de personas que debían dejar el país, porque si no, las mataban. Entre esas personas estaba yo, el único extranjero. Me fui a Perú. Allá me dieron trabajo en un diario, con la condición de que no dijera ni media palabra de política: ni de Uruguay ni de Perú ni de Estados Unidos. Mis artículos versaban sobre literatura. Un día tocaron el timbre abajo. Era la policía, me querían deportar. Me dieron a elegir: Cuba, Ecuador o Uruguay. Mientras lo iba pensando, el tipo que me fue a avisar de la deportación se fue durmiendo, y yo aproveché para deshacerme de los papeles comprometidos. Cuando se despertó me rogó: "Por favor, no les diga a mis superiores que me quedé dormido".

–Extraordinario.

–Me acompañó luego al aeropuerto, me dio la mano y me abrazó. En Buenos Aires me estaba esperando Luz. Yo tenía un llavero que llamaba el llavero de la solidaridad, porque abría las casas de cinco o seis amigos argentinos en las que yo me podía refugiar.

–¿Y qué pasaba mientras en Uruguay?

–Dictadura, crisis económica, y ya no se ganaba tampoco al fútbol. Todo era malo, y se iba la gente. Al exilio, por razones políticas o por razones económicas. ¡Incluso se iban a Australia! Hubo una librería en Sydney en la que sólo había libros uruguayos.

–En Buenos Aires asesinaron a Zelmar Michelini, un líder uruguayo de izquierdas, de enorme carisma...

–Cada discurso suyo era como un poema... Lo secuestraron, con otros compañeros; a él le había ofrecido Jimmy Carter acogida en EE.UU., y no se quiso ir "¡si en Uruguay están torturando a mi hija!" A la hija le dijeron que habían matado a su padre los torturadores. Y los mataron, a Michelini y a sus dos compañeros.

–¿Qué huella dejó en usted ese asesinato?

–Fue terrible. Yo estaba en La Habana, y lo escuché por alguna radio española. Un golpe espantoso. Fue mi gran amigo del exilio...

–Cuba fue una escala de su exilio.

–Cuando estaba en Perú, Haydée Santamaría me envió una invitación para que fuera a trabajar a Casa de las Américas, que ella dirigía. Yo estaba corriendo peligro... Y cuando estaba allí los criticaba mucho, sobre todo aquellas cosas que se hacían y que perjudicaban a la revolución en el extranjero. Cuando me fui recibí una carta de Haydée: me extrañaban, decía, sobre todo por las críticas que les hacía...

–¿Y cuáles eran sus críticas?

–Se hacían cosas innecesarias, que daban mala imagen en el extranjero. Lo que yo trataba era que se cuidara la imagen exterior de Cuba, porque no se podían quedar solos. Yo les decía que debían tener buenas relaciones no sólo con la Unión Soviética, que tenían que abrirse a México, a Francia, a Italia. El simple apoyo de la Unión Soviética no era un apoyo muy beneficioso, aunque lo fuera desde el punto de vista técnico o económico.

–¿No le parece ahora que la presencia de un hombre tanto tiempo al mando también es perjudicial para el país?

–Mira, habiendo vivido en Cuba se entiende mejor eso. Fidel Castro no es sólo importante para los revolucionarios; es también importante para los que quieren que se muera. Además, antes de la Revolución, Cuba estaba horrible. Los americanos no tenían prostíbulo, lo pusieron allí. Cuando ganó Fidel, la gente se lo agradeció. La enseñanza era espantosa ¡hasta los gusanos le reconocen que trajo cosas muy positivas! Y dicen que tiene no sé qué enfermedades, y que es millonario, y parece que nada de eso es verdad. No sé qué puede pasar cuando muera; no creo que la Revolución se venga abajo. Aunque parece que está solo, ha formado gente capaz. Y del país inmoral que había conducido Batista a éste hay mucha diferencia; en Cuba la moral es muy importante.

–Le tiene usted mucha gratitud a Cuba...

–Sí, y también por lo que representó para Uruguay. La izquierda fue muy procubana acá.

–Su exilio siguió en España.

–El principal problema en Cuba era que no podía comunicarme con mi familia. Si mis padres recibían una carta de Cuba, iban presos. Para comunicarme con ellos les mandaba cartas a través de amigos españoles. Y lo pasaba mal por eso, era muy doloroso no poderme comunicar directamente con ellos. El País me había ofrecido que colaborara y en cuanto llegué me abrieron un espacio en las páginas de Opinión. Me pagaban bien, de modo que no tuve problemas en España. Primero estuve en Madrid, y luego fuimos a Mallorca. Lo pasamos muy bien; a Luz le gustaba mucho la playa.

–El asma lo devolvió a Madrid.

–En Mallorca lo pasaba de lo más bien; hablaba alemán con los turistas, escribía, pero me atacó el asma, y un médico argentino me dijo: "Andate a Madrid"; me pagaron unos derechos de La tregua, mi libro más vendido, y me compré un apartamento. El de Ramos Carrión, mi casa en Madrid.

–¿Qué huella le dejó el exilio?

–Me demostré a mí mismo tener buena capacidad de adaptación. Y descubrí que en todos los países hay hijos de puta y gente macanuda. Me vinculé con la buena gente, no con los hijos de puta, así que tuve muy buenos amigos, en España, en Cuba, en México, en Argentina. Sé que otros uruguayos no abrían la valija, por si se volvían pronto, pero yo colocaba la ropa en los placares, porque sabía que la cosa iba a ser larga. La gente me ayudó mucho...

–¿Cómo fue el regreso, el desexilio?

–Era agosto, le prometí a Daniel Viglietti que haríamos un recital, a dos voces. Llegué en solitario, me fue a buscar Raúl al aeropuerto, y cuando dimos el recital hubo un gentío tal que llenaba varias calles alrededor del teatro. A la gente la encontré distinta, más desconfiada. Como la dictadura había metido espías de un lado y de otro... Las relaciones internas de los habitantes de Montevideo se habían deteriorado un poco. Yo era otro, además. La experiencia del exilio me había convertido en otra persona, con todo lo que de bueno y de malo me había dado la vida fuera de mi país. Yo era otra persona.

–¿Y cómo era esa otra persona?

–Era una persona más alerta, más enterada del mundo; antes estaba muy metido en la cosa uruguaya, y seguí ocupado en todo eso en el exilio, pero ya no era lo exclusivo. En Madrid, por cierto, hice buena amistad con Juan Carlos Onetti, que no salía de la cama. Para qué iba a salir de la cama, decía: en la cama uno nace, en la cama uno coge por primera vez, en la cama uno se enamora, se casa, escribe, para qué iba a salir. Me acuerdo que una vez fue a verlo un periodista, y él vio que se fijaba en que sólo tenía dos dientes. "¿Usted me mira estos dientes?", le dijo. "Pues le advierto que tengo una dentadura magnífica, pero se la he prestado a Mario Vargas Llosa."

–También conoció a Borges.

–Un tipo extraño. Venía acá, a Montevideo, y no se ponía en plan de gran personaje; era sencillo, y nosotros lo admirábamos mucho, por lo que escribía. Luego tuvo posiciones que yo no compartí.

–Dice que era extraño.

–Era muy reservado. Me invitó a almorzar, en Buenos Aires, con su madre. La madre era de armas tomar. Era una generala, y él era retraído. Fue muy buen escritor.

–¿Qué otros le despertaron interés?

–Rulfo, José Emilio Pacheco. Con Juan Rulfo fue muy curioso. Ibamos Luz y yo en un ómnibus, y él se acercó a mi mujer: "Señora, ¿me deja sentarme al lado de su marido, que creo que es Benedetti?" Empezamos a hablar de mil cosas, y ahí empezó mi amistad con Rulfo, en un ómnibus. No se daba fácil, pero cuando se daba, se daba con todo.

–Y también fue muy amigo de Cortázar.

–Lo conocí en París. Cortázar vivía a media cuadra. Era un tipo muy simpático. Los dos trabajábamos en la radio, pero no quería ser fijo. Era muy celoso de su independencia. Un día escribió algo muy crítico con Cuba, se informó mejor y rectificó en público.

–¿Cuáles han sido sus miedos?

–Primero, los de cualquier niño. De adulto, la tortura. Creo que si me hubieran torturado no habría traicionado a nadie, pero me habría costado mucho sufrimiento. Siempre le tuve miedo a la tortura.

–¿Miedo al tiempo?

–Y sí, porque los años van pasando y uno se va volviendo viejo, y eso es bravo reconocerlo ante el espejo.

–La poesía le ha dado mucho éxito...

–Hay que cuidarse del éxito, porque el éxito puede pervertir a un escritor. Nunca escribí en función del éxito, escribí lo que me salió de las pelotas. Si tenía éxito, bien, y si no, pues nada.

–¿Y cómo lleva las aglomeraciones?

–Eso me agobia un poco. El otro día tuve que ir a hacerme un análisis; fuera de la clínica había un gentío, y emprendieron una ovación. Ellos estaban allí, con sus problemas, y se pusieron a aplaudir. A mí me apabulla. Vivía mejor cuando me castigaban más.

–¿Es un solitario?

–No lo soy, pero trato de que cuando tenga que vivir la soledad, ésta no me lastime. Cuando muere mi mujer, se produce un terrible momento de soledad; frente a eso, la escritura es como una guarida. Puede ser mi guarida o puede ser mi jardín, depende del estado de ánimo que esté pasando. Para el dolor es mi guarida, sobre todo cuando me han rodeado las muertes.

–Ahora se reencuentra con Montevideo.

–Es la ciudad que quiero. Después de años y años de gobiernos que le hicieron daño al país, ahora vuelvo a otro Montevideo y yo soy otro también. Siempre me siento a gusto en Montevideo. La gente ha quedado malherida después de años de dictadura. Y yo también vuelvo malherido. Tratamos de recomponernos...

–En Alicante, hace años, usted leyó un poema en el que adelantaba los males de los siglos próximos.

–Escribí en algún lado que un pesimista es un optimista bien informado. Creo que es difícil ser optimista cuando la humanidad está siendo manejada por una potencia tan cruel y despiadada como Estados Unidos. Yo creo que los norteamericanos van a derrotar a Estados Unidos, creo que la única esperanza es la derrota de EE.UU.

–Dígame algo inolvidable.

–Toda mi relación con Luz, desde la infancia. Y conocer a Fidel, también es inolvidable. Y el Maracaná. El fútbol fue muy importante, nos dio alegría. Y si ahora se puede recuperar la alegría, no es por el fútbol, es por la política. La gente tiene esperanzas en Tabaré Vázquez y son fundadas.

–Y cuando el fútbol se recupere, ¿se habrá recuperado Uruguay?

–No sé si el fútbol se va a recuperar, no tengo demasiadas esperanzas, pero Uruguay se recuperará.


*De El País Semanal. Especial para Página/12 [17/09/06]

lunes, 25 de enero de 2010




"Únicamente la palabra libertad tiene el poder de exaltarme. Me parece justo y bueno mantener indefinidamente este viejo fanatismo humano. Sin duda alguna, se basa en mi única aspiración legítima. Pese a tantas y tantas desgracias como
hemos heredado, es preciso reconocer que se nos ha legado una libertad espiritual suma. A nosotros corresponde utilizarla sabiamente.
Reducir la imaginación a la esclavitud, cuando a pesar de todo quedará esclavizada en virtud de aquello que con grosero criterio se denomina felicidad, es despojar a cuanto uno encuentra en lo más hondo de sí mismo del derecho a la suprema
justicia. Tan sólo la imaginación me permite llegar a saber lo que puede llegar a ser, y esto basta para mitigar un poco su terrible condena; y esto basta
también para que me abandone a ella, sin miedo al engaño (como si pudiéramos engañarnos todavía más).
¿En qué punto comienza la imaginación a ser perniciosa y en qué punto deja de existir la seguridad del espíritu? ¿Para el espíritu, acaso la posibilidad de errar no es sino una contingencia del bien?

Queda la locura, la locura que solemos recluir, como muy bien se ha dicho. Esta locura o la otra... Todos sabemos que los locos son internados en méritos de un reducido número de actos reprobables, y que, en la ausencia de estos actos, su libertad (y la parte visible de su libertad) no sería puesta en tela de juicio. Estoy plenamente dispuesto a reconocer que los locos son, en
cierta medida, víctimas de su imaginación, en el sentido que ésta le induce quebrantar ciertas reglas, reglas cuya transgresión define la calidad de loco, lo cual todo ser humano ha de procurar saber por su propio bien. Sin embargo, la profunda indiferencia de los locos dan muestra con respecto a la crítica de que les hacemos objeto, por no hablar ya de las diversas correcciones que les infligimos, permite suponer que su imaginación les proporciona grandes consuelos, que gozan de su delirio lo suficiente para soportar que tan sólo
tenga validez para ellos. Y, en realidad, las alucinaciones, las visiones, etcétera, no son una fuente de placer despreciable. La sensualidad más culta goza con ella, y me consta que muchas noches acariciaría con gusto aquella linda mano que, en las últimas páginas de L’Intelligence, de Taine, se
entrega a tan curiosas fechorías.
Me pasaría la vida entera dedicado a provocar
las confidencias de los locos. Son como la gente de escrupulosa honradez, cuya inocencia tan sólo se pude comparar a la mía.
Para poder descubrir América, Colón tuvo que iniciar el viaje en compañía de locos. Y ahora podéis ver que aquella locura dio frutos reales y duraderos.

¿No será el miedo a la locura lo que nos obligue a bajar la bandera de la imaginación?"
Extracto de Manifiesto surrealista, de André Bretón.

sábado, 23 de enero de 2010

Viejos rencores


No hay palabras para abarcar la espantosa tragedia que vive el pueblo haitiano. Algunos predicadores evangelistas estadounidenses creen que sí. El muy radiotelevisivo Pat Robertson es uno de ellos. Atribuyó la catástrofe “a algo que sucedió en Haití hace mucho tiempo, de lo que la gente tal vez no quiere hablar”: “un pacto con el diablo” (//edition.com.cnn, 13-1-10). Impertérrito, Paterson recordó que bajo la férula francesa “ya saben, Napoleón III y demás, los haitianos se reunieron y cerraron un pacto con el Diablo. Dijeron: ‘Te serviremos si nos liberas de los franceses’. Pasó de verdad. Y el Diablo dijo ‘OK, trato hecho’”. No es fácil pensar al Diablo diciendo OK y el predicador se equivocó de Napoleón. En fin, lo imaginativo no quita lo ignorante.

El pastor baptista de la parroquia Buena Park, Wiley Drake, que el año pasado aconsejó rezar por la muerte de Barack Obama, acompañó los dichos de Paterson aunque con más cautela. No sabía si Dios trajo ese terremoto o no, pero aseveró que “las desgracias del país, su extrema pobreza, la turbulencia política constante y la frecuencia de los desastres naturales podrían ser la consecuencia del pacto con Satán” (//totalbuz
zofreedomblogging.com, 18-1-10). Hubo pacto, entonces. Los esclavos de Haití comenzaron su rebelión contra el dominio francés en 1791 alentados por el grito de “Libertad, Igualdad, Fraternidad” y por los vientos que llegaban del Norte con la revolución de las colonias británicas. De estas paradojas se alimenta la Historia.

Napoleón, el primero, el único, intentó aplastar un alzamiento provocado por la explotación extrema de miles de aborígenes africanos que, sometidos a un régimen brutal y obligados a servir tres años en una milicia dedicada a ejecutar a los prófugos, producían hacia el 1700 casi la mitad del café y del azúcar que consumía Occidente. Eran mano de obra esclava hasta el fin de sus días. Desde 1787 llegaban cada año más de 40.000 oriundos del Africa subsahariana y maduró la rebelión a un costo humano no calculado todavía.

El emperador fue derrotado dos veces por las tropas rebeldes comandadas por el general autodidacto Toussaint Louverture y la rebelión culminó en 1804 con la Declaración de la Independencia de Haití, la segunda en el continente americano y la primera en la Historia de esclavos que abolieron la esclavitud. Las afirmaciones de Paterson y Drake parecen un remedo tragicómico de las relaciones entre Napoleón y Thomas Jefferson, el tercer presidente de EE.UU.

La rebelión negra en Haití despertó las simpatías del American Federalist Party y de uno de sus principales arquitectos, Alexander Hamilton. Pero no todos los Padres Fundadores acompañaban ese sentimiento: Thomas Jefferson era dueño de tierras cultivadas por 180 esclavos, de las que nació su poder económico y político, y temía que cundiera el ejemplo haitiano. Apenas asumió la presidencia en 1801 fue secretamente sondeado por emisarios de Napoleón, quienes le pidieron que avituallara a las tropas francesas que navegaban hacia Santo Domingo para aplastar la rebelión negra.

Jefferson tenía el mismo deseo y abasteció a la flota del emperador y a sus hombres, aunque se mantuvo neutral porque tuvo indicios de que el plan de Napoleón no terminaba allí: pretendía establecer una prolongación del imperio francés en territorio estadounidense con centro en Nueva Orleans y colonizar la vasta región al oeste del Mississippi en su poder. Los reveses napoleónicos terminaron con el proyecto: Francia se retiró de Haití y vendió a EE.UU. Nueva Orleans y la Luisiana. Jefferson nunca reconoció un hecho que el catedrático John Chester Miller, de la Universidad de Stanford, subraya: “Con su larga y dura lucha, los negros de Santo Domingo coadyuvaron a que EE.UU. pudiera duplicar con creces su superficie” (The Wolf by the Ears: Thomas Jefferson and Slavery, University of Virginia Press, 1991).

El presidente Obama, al anunciar el envío de asistencia realmente masiva a Haití, incluidos 100 millones de dólares y 10.000 efectivos para garantizar la seguridad, señaló “una larga historia vincula a nuestros dos países”. No precisó en qué consistía: más que estar con Haití, EE.UU. estuvo en Haití, la ocupó militarmente de 1915 a 1934 agravando su miseria. También se ocupó de Haití. En el 2004, el presidente haitiano Jean-Baptiste Aristide fue derrocado por paramilitares que ingresaron a Haití desde Santo Domingo. Una docena de sus jefes habían sido entrenados durante años por las Fuerzas Especiales estadounidenses basadas en Ecuador (www.nydailynews, 24-2-04). Y luego: un alto funcionario de la embajada de EE.UU. visitó a Aristide para asegurarle que lo iban a matar, que era mejor que se fuera “para evitar un derramamiento de sangre”, al mismo tiempo que la Casa Blanca emitía una declaración culpándolo de contribuir “a la honda polarización y a la violencia imperantes” porque “no había observado los principios democráticos” (
www.america.gov, 28-2-09). Al día siguiente, el mandatario depuesto abandonaba Port-au-Prince escoltado por militares norteamericanos. Parece que Aristide, ex sacerdote católico, no había pactado con el Diablo.

Juan Gelman

viernes, 22 de enero de 2010

Contigo



No hay noche, no hay luna, no
hay sol cuando estoy contigo,
tiemblo de quererte tanto,
tiemblo de sentirme vivo,
tiemblo de saber que un día
la espuma se lleva al río,
y en el corazón del hombre
se lleva al tiempo el olvido.

No hay luz, no hay jardín, no hay
noche de otoño contigo,
¡quisiera que se acortara
el tiempo cuando te miro!
contigo para perderme,
para salvarme contigo,
contigo, Abril, para siempre
por los siglos de los siglos.

Tiemblo de verme en tus ojos
sin comprender el bautismo,
contigo, Abril, primavera,
el nombre nace contigo,
y el ser también en el seno
de tu vientre estremecido,
nieve niña y madre virgen
de mi tiempo y mi destino;
por ti se agrupa el rebaño
por ti se doblan los trigos,
por ti los álamos tiemblan
y el mar se levanta en vilo
como los pueblos que llevas
en la mirada perdidos
para siempre, como el tiempo
que vuelve a nacer contigo,
contigo para salvarme,
para perderme contigo
como el beso que no sabe
sobre qué boca ha nacido.

¡No puedo verte, no puedo
verte cuando estoy contigo!
¡no sé mirarte, no sé
mirarte, pero te sigo!
tuyo seré madreselva,
madre viento y madre río,
isla de ti solamente
mi nacimiento continuo,
que estoy con dolor queriendo
lo que muero y lo que vivo,
lo que vivo y lo que muero
de tenerlo sin vivirlo.

Ya el tiempo es sólo el espejo
donde te sueño lo mismo
que los chopos en invierno
sueñan su verdor florido.


Luis Rosales

miércoles, 20 de enero de 2010

Eduardo Galeano sobre Haití


Los pecados de Haití

La democracia haitiana nació hace un ratito. En su breve tiempo de vida, esta criatura hambrienta y enferma no ha recibido más que bofetadas. Estaba recién nacida, en los días de fiesta de 1991, cuando fue asesinada por el cuartelazo del general Raoul Cedras. Tres años más tarde, resucitó. Después de haber puesto y sacado a tantos dictadores militares, Estados Unidos sacó y puso al presidente Jean-Bertrand Aristide, que había sido el primer gobernante electo por voto popular en toda la historia de Haití y que había tenido la loca ocurrencia de querer un país menos injusto.

El voto y el veto

Para borrar las huellas de la participación estadounidense en la dictadura carnicera del general Cedras, los infantes de marina se llevaron 160 mil páginas de los archivos secretos. Aristide regresó encadenado. Le dieron permiso para recuperar el gobierno, pero le prohibieron el poder. Su sucesor, René Préval, obtuvo casi el 90 por ciento de los votos, pero más poder que Préval tiene cualquier mandón de cuarta categoría del Fondo Monetario o del Banco Mundial, aunque el pueblo haitiano no lo haya elegido ni con un voto siquiera.

Más que el voto, puede el veto. Veto a las reformas: cada vez que Préval, o alguno de sus ministros, pide créditos internacionales para dar pan a los hambrientos, letras a los analfabetos o tierra a los campesinos, no recibe respuesta, o le contestan ordenándole:

-Recite la lección. Y como el gobierno haitiano no termina de aprender que hay que desmantelar los pocos servicios públicos que quedan, últimos pobres amparos para uno de los pueblos más desamparados del mundo, los profesores dan por perdido el examen.

La coartada demográfica

A fines del año pasado cuatro diputados alemanes visitaron Haití. No bien llegaron, la miseria del pueblo les golpeó los ojos. Entonces el embajador de Alemania les explicó, en Port-au-Prince, cuál es el problema:

-Este es un país superpoblado -dijo-. La mujer haitiana siempre quiere, y el hombre haitiano siempre puede.

Y se rió. Los diputados callaron. Esa noche, uno de ellos, Winfried Wolf, consultó las cifras. Y comprobó que Haití es, con El Salvador, el país más superpoblado de las Américas, pero está tan superpoblado como Alemania: tiene casi la misma cantidad de habitantes por quilómetro cuadrado.

En sus días en Haití, el diputado Wolf no sólo fue golpeado por la miseria: también fue deslumbrado por la capacidad de belleza de los pintores populares. Y llegó a la conclusión de que Haití está superpoblado... de artistas.

En realidad, la coartada demográfica es más o menos reciente. Hasta hace algunos años, las potencias occidentales hablaban más claro.

La tradición racista

Estados Unidos invadió Haití en 1915 y gobernó el país hasta 1934. Se retiró cuando logró sus dos objetivos: cobrar las deudas del City Bank y derogar el artículo constitucional que prohibía vender plantaciones a los extranjeros. Entonces Robert Lansing, secretario de Estado, justificó la larga y feroz ocupación militar explicando que la raza negra es incapaz de gobernarse a sí misma, que tiene "una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización". Uno de los responsables de la invasión, William Philips, había incubado tiempo antes la sagaz idea: "Este es un pueblo inferior, incapaz de conservar la civilización que habían dejado los franceses".

Haití había sido la perla de la corona, la colonia más rica de Francia: una gran plantación de azúcar, con mano de obra esclava. En El espíritu de las leyes, Montesquieu lo había explicado sin pelos en la lengua: "El azúcar sería demasiado caro si no trabajaran los esclavos en su producción. Dichos esclavos son negros desde los pies hasta la cabeza y tienen la nariz tan aplastada que es casi imposible tenerles lástima. Resulta impensable que Dios, que es un ser muy sabio, haya puesto un alma, y sobre todo un alma buena, en un cuerpo enteramente negro".

En cambio, Dios había puesto un látigo en la mano del mayoral. Los esclavos no se distinguían por su voluntad de trabajo. Los negros eran esclavos por naturaleza y vagos también por naturaleza, y la naturaleza, cómplice del orden social, era obra de Dios: el esclavo debía servir al amo y el amo debía castigar al esclavo, que no mostraba el menor entusiasmo a la hora de cumplir con el designio divino. Karl von Linneo, contemporáneo de Montesquieu, había retratado al negro con precisión científica: "Vagabundo, perezoso, negligente, indolente y de costumbres disolutas". Más generosamente, otro contemporáneo, David Hume, había comprobado que el negro "puede desarrollar ciertas habilidades humanas, como el loro que habla algunas palabras".

La humillación imperdonable

En 1803 los negros de Haití propinaron tremenda paliza a las tropas de Napoleón Bonaparte, y Europa no perdonó jamás esta humillación infligida a la raza blanca. Haití fue el primer país libre de las Américas. Estados Unidos había conquistado antes su independencia, pero tenía medio millón de esclavos trabajando en las plantaciones de algodón y de tabaco. Jefferson, que era dueño de esclavos, decía que todos los hombres son iguales, pero también decía que los negros han sido, son y serán inferiores.

La bandera de los libres se alzó sobre las ruinas. La tierra haitiana había sido devastada por el monocultivo del azúcar y arrasada por las calamidades de la guerra contra Francia, y una tercera parte de la población había caído en el combate. Entonces empezó el bloqueo. La nación recién nacida fue condenada a la soledad. Nadie le compraba, nadie le vendía, nadie la reconocía.

El delito de la dignidad

Ni siquiera Simón Bolívar, que tan valiente supo ser, tuvo el coraje de firmar el reconocimiento diplomático del país negro. Bolívar había podido reiniciar su lucha por la independencia americana, cuando ya España lo había derrotado, gracias al apoyo de Haití. El gobierno haitiano le había entregado siete naves y muchas armas y soldados, con la única condición de que Bolívar liberara a los esclavos, una idea que al Libertador no se le había ocurrido. Bolívar cumplió con este compromiso, pero después de su victoria, cuando ya gobernaba la Gran Colombia, dio la espalda al país que lo había salvado. Y cuando convocó a las naciones americanas a la reunión de Panamá, no invitó a Haití pero invitó a Inglaterra.

Estados Unidos reconoció a Haití recién sesenta años después del fin de la guerra de independencia, mientras Etienne Serres, un genio francés de la anatomía, descubría en París que los negros son primitivos porque tienen poca distancia entre el ombligo y el pene. Para entonces, Haití ya estaba en manos de carniceras dictaduras militares, que destinaban los famélicos recursos del país al pago de la deuda francesa: Europa había impuesto a Haití la obligación de pagar a Francia una indemnización gigantesca, a modo de perdón por haber cometido el delito de la dignidad.

La historia del acoso contra Haití, que en nuestros días tiene dimensiones de tragedia, es también una historia del racismo en la civilización occidental.




Eduardo Galeano. Brecha 556, Montevideo, 26 de julio de 1996.


martes, 19 de enero de 2010

Crisis



"En esta vida hay que morir varias veces para después renacer. Y las crisis, aunque atemorizan, nos sirven para cancelar una época e inaugurar otra."



Eugenio Trías

sábado, 16 de enero de 2010


Te amo por ceja, por cabello, te debato en corredores
blanquísimos donde se juegan las fuentes
de la luz,
te discuto a cada nombre, te arranco con delicadeza
de cicatriz,
voy poniéndote en el pelo cenizas de relámpago y
cintas que dormían en la lluvia.
No quiero que tengas una forma, que seas
precisamente lo que viene detrás de tu mano,
porque el agua, considera el agua, y los leones
cuando se disuelven en el azúcar de la fábula,
y los gestos, esa arquitectura de la nada,
encendiendo sus lámparas a mitad del encuentro.
Todo mañana es la pizarra donde te invento y te
dibujo,
pronto a borrarte, así no eres, ni tampoco con ese
pelo lacio, esa sonrisa.
Busco tu suma, el borde de la copa donde el vino
es también la luna y el espejo,
busco esa línea que hace temblar a un hombre en
una galería de museo.
Además te quiero, y hace tiempo y frío.
Julio Cortázar

viernes, 15 de enero de 2010

Sobrevivir al mundo de hoy...


Letra y música: Víctor Heredia.

Me preguntaron como vivía, me preguntaron
'Sobreviviendo' dije, 'sobreviviendo'.
tengo un poema escrito más de mil veces,
en él repito siempre que mientras alguien
proponga muerte sobre esta tierra
y se fabriquen armas para la guerra,
yo pisaré estos campos sobreviviendo.

todos frente al peligro, sobreviviendo,
tristes y errantes hombres, sobreviviendo.

SOBREVIVIENDO, SOBREVIVIENDO,
SOBREVIVIENDO, SOBREVIVIENDO.

Hace tiempo no río como hace tiempo,
y eso que yo reía como un jilguero.
tengo cierta memoria que me lastima,
y no puedo olvidarme lo de Hiroshima.
cuánta tragedia, sobre esta tierra...
hoy que quiero reírme apenas si puedo,
ya no tengo la risa como un jilguero
ni la paz de los pinos del mes de enero,
ando por este mundo sobreviviendo.

SOBREVIVIENDO, SOBREVIVIENDO,
SOBREVIVIENDO, SOBREVIVIENDO.

Ya no quiero ser sólo un sobreviviente,
quiero elegir el día para mi muerte.
Tengo la carne joven, roja la sangre,
la dentadura buena y mi esperma urgente.
quiero la vida de mi cimiente.
no quiero ver un dia manifestando
por la paz en el mundo a los animales.
Cómo me reiría ese loco día,
ellos manifestándose por la vida.
y nosotros apenas sobreviviendo, sobreviviendo.

SOBREVIVIENDO, SOBREVIVIENDO,
SOBREVIVIENDO, SOBREVIVIENDO.

viernes, 8 de enero de 2010

Me dijo una tarde


Me dijo una tarde
de la primavera:
Si buscas caminos
en flor en la tierra,
mata tus palabras
y oye tu alma vieja.
Que el mismo albo lino
que te vista sea
tu traje de duelo,
tu traje de fiesta.
Ama tu alegría
y ama tu tristeza,
si buscas caminos
en flor en la tierra.
Respondí a la tarde
de la primavera:

Tú has dicho el
secreto que en mi alma reza:
yo odio la alegría
por odio a la pena.
Mas antes que pise
tu florida senda,
quisiera traerte
muerta mi alma vieja.


Antonio Machado

martes, 5 de enero de 2010

Obama


¿Obama probará, desde el gobierno, que sus amenazas guerreras contra Irán y Pakistán fueron no más que palabras, proclamadas para seducir oídos difíciles durante la campaña electoral?
Ojalá. Y ojalá no caiga ni por un momento en la tentación de repetir las hazañas de George W. Bush. Al fin y al cabo, Obama tuvo la dignidad de votar contra la guerra de Irak, mientras el Partido Demócrata y el Partido Republicano ovacionaban el anuncio de esa carnicería.
Durante su campaña, la palabra ‘leadership’ fue la más repetida en los discursos de Obama. Durante su gobierno, ¿continuará creyendo que su país ha sido elegido para salvar el mundo, tóxica idea que comparte con casi todos sus colegas? ¿Seguirá insistiendo en el liderazgo mundial de los Estados Unidos y su mesiánica misión de mando?
Ojalá esta crisis actual, que está sacudiendo los cimientos imperiales, sirva al menos para dar un baño de realismo y de humildad a este gobierno que comienza.
¿Obama aceptará que el racismo sea normal cuando se ejerce contra los países que su país invade? ¿No es racismo contar uno por uno los muertos invasores en Irak y olímpicamente ignorar los muchísimos muertos en la población invadida? ¿No es racista este mundo donde hay ciudadanos de primera, segunda y tercera categoría, y muertos de primera, segunda y tercera?
La victoria de Obama fue universalmente celebrada como una batalla ganada contra el racismo. Ojalá él asuma, desde sus actos de gobierno, esa hermosa responsabilidad.
¿El gobierno de Obama confirmará, una vez más, que el Partido Demócrata y el Partido Republicano son dos nombres de un mismo partido?
Ojalá la voluntad de cambio, que estas elecciones han consagrado, sea más que una promesa y más que una esperanza. Ojalá el nuevo gobierno tenga el coraje de romper con esa tradición del partido único, disfrazado de dos que a la hora de la verdad hacen más o menos lo mismo aunque simulen que se pelean.
¿Obama cumplirá su promesa de cerrar la siniestra cárcel de Guantánamo?
Ojalá, y ojalá acabe con el siniestro bloqueo de Cuba.
¿Obama seguirá creyendo que está muy bien que un muro evite que los mexicanos atraviesen la frontera, mientras el dinero pasa sin que nadie le pida pasaporte?
Durante la campaña electoral, Obama nunca enfrentó con franqueza el tema de la inmigración. Ojalá a partir de ahora, cuando ya no corre el peligro de espantar votos, pueda y quiera acabar con ese muro, mucho más largo y bochornoso que el Muro de Berlín, y con todos los muros que violan el derecho a la libre circulación de las personas.
¿Obama, que con tanto entusiasmo apoyó el reciente regalito de setecientos cincuenta mil millones de dólares a los banqueros, gobernará, como es costumbre, para socializar las pérdidas y para privatizar las ganancias?
Me temo que sí, pero ojalá que no.
¿Obama firmará y cumplirá el compromiso de Kyoto, o seguirá otorgando el privilegio de la impunidad a la nación más envenenadora del planeta? ¿Gobernará para los autos o para la gente? ¿Podrá cambiar el rumbo asesino de un modo de vida de pocos que se rifan el destino de todos?
Me temo que no, pero ojalá que sí.
¿Obama, primer presidente negro de la historia de los Estados Unidos, llevará a la práctica el sueño de Martin Luther King o la pesadilla de Condoleezza Rice?
Esta Casa Blanca, que ahora es su casa, fue construida por esclavos negros. Ojalá no lo olvide, nunca.


Eduardo Galeano