viernes, 26 de febrero de 2010

Se va a acabar


Por Marcelo Jelen*

Es una suerte que la presidencia de Tabaré Vázquez se termine. Y no porque haya
sido mala: a pesar de los agoreros, tuvo más claros que oscuros. Ni siquiera el
periodista más viejo de la diaria debe de tener recuerdos de un gobierno mejor
que éste. Lo bueno de que se acabe es que Vázquez entregará el cargo a un
sucesor elegido por la ciudadanía en las urnas, como en cada 1° de marzo de
todos los años múltiplos de cinco desde 1985. La democracia y la república han
sobrevivido y gozan de buena salud.

Una salud tan robusta como la popularidad del mandatario saliente, que se retira con 61% de los consultados por la encuestadora Interconsult aprobando su gestión, o entre 70% y 80% en la medición de Óscar Bottinelli, de Factum. Los triunfos electorales del Frente Amplio en octubre y noviembre le deben más a su prestigio que a los candidatos, aunque fueron bien escasas sus intervenciones en la campaña, la más notoria de las cuales fue un ataque a su correligionario y hoy presidente electo, José Mujica. Hasta la fórmula opositora encabezada por Luis Lacalle trató de
exhibirse como una continuadora más cabal de su obra que el propio oficialismo.

Vázquez mantuvo el estilo de liderazgo que lo ha caracterizado desde su
ingreso a la cancha grande de la política en 1989, cuando fue proclamado
candidato a intendente de Montevideo. Sin dejar de trazar las grandes líneas de
gobierno, les concedió amplia autonomía a sus ministros. Su gabinete fue ámbito
de debates, que a veces se procesaban a través de la prensa, sobre todo en
materia de relaciones exteriores, comercio internacional y presupuesto. Sin
embargo, no dejó de tomar partido en cuestiones polémicas que lo enfrentaban con
parte del oficialismo e incluso con sus seguidores más fervientes: el frustrado
tratado de libre comercio con Estados Unidos, los choques con Argentina y el
veto a la despenalización del aborto fueron las más sonadas. Su determinación en
este último caso fue tan firme que motivó su renuncia al Partido Socialista.

La presidencia de Tabaré Vázquez estuvo alejada de los extremos pero
impuso programas de clara izquierda a los que el público ha percibido como
exitosos. El Plan de Emergencia Social, la restauración de los Consejos de
Salarios, la reforma tributaria y la del sistema de salud, por ejemplo. Otros,
como el Plan Ceibal, son ambidiestros. Al mismo tiempo, bajo su conducción
surgieron pronunciamientos a los que sectores frenteamplistas consideran en
contradicción con principios antes casi incuestionados. Las vacilaciones del
oficialismo hasta decidir su muy débil apoyo a la fracasada anulación de la Ley
de Caducidad, así como la versión vazquista de la revisión de los crímenes de la
dictadura (“nunca más un hermano contra otro hermano”), oscurecieron el camino
hacia la verdad histórica y la justicia abierto por este gobierno, el primero
que aplicó con decencia el artículo 4 de esa norma infame. Y el veto parcial a
la Ley de Salud Sexual y Reproductiva desdijo a la enorme mayoría de los
votantes del Frente.

Por otro lado, ciertos mecanismos utilizados por Tabaré Vázquez para comunicarse con la ciudadanía se acercaron demasiado a la irregularidad institucional. Un par de multitudinarios “cabildos abiertos” organizados por la Presidencia fueron, en realidad, actos frenteamplistas. No tanto las sesiones públicas del Consejo de Ministros, pero casi, casi. Algo similar sucedió con la campaña por la reelección, de constitucionalidad bastante dudosa: el apoyo de varios ministros, senadores y dirigentes frenteamplistas de primera línea refutaba las reiteradas negativas del propio presidente y sugiere la posibilidad de que él mismo avalara el movimiento con sus silencios o entre bambalinas.

La campaña por el retorno de Vázquez a la presidencia de la
República en 2015 comenzó hace rato. Para usar sus propias palabras, sólo “las
circunstancias políticas y la biología” podrían detenerla. La primera senadora
oficialista, Lucía Topolansky, sugirió designarlo presidente del Frente Amplio,
por considerarlo su “líder indiscutido”. Convertido en dirigente independiente
dentro de la coalición, está en sus manos asumir la tarea de curar las heridas
que dejó una prolongada lucha por las candidaturas, algo bien complicado de
lograr en un partido con responsabilidades de gobierno. Si lo hace, es muy
probable que dentro de cinco años un Tabaré Vázquez más pelado, más canoso y,
tal vez, más sabio vuelva a gobernar este país.

*Extraído de La Diaria.

1 comentario:

Daniel dijo...

me perdí en el vértice de la almohada de un lemur.



y así llegué hasta aquí.



hola.